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12/11/10

"Entre Marx y una mujer desnuda", novela para pedantes

Pues, finalmente, y después de lo dicho en la entrada anterior, la verdad es que me ha vencido la impaciencia y he seguido leyendo esas cuarenta paginitas que me faltaban de Entre Marx y una mujer desnuda, de Jorque Enrique Adoum (la Wiki dice que ha sido traductor de Nazim Hikmet... ¿sabía este hombre turco? o.O ). Rodrigo llegó al libro hace ya algo más de un año (como poco) y desde entonces insistió periódicamente en que debíamos leerlo.
Ante nuestra pasividad (¿será que a veces le hacemos al buen brasilero menos caso del que deberíamos?), creo, optó finalmente por hacer las cosas "bien" y obligarnos "moralmente" a la lectura, regalándonos (a unos cuantos, igual cuatro de nosotros -y no doy más detalles porque no son necesarios-) un ejemplar del libro (uno a cada uno, se entiende).
Pero vayamos al libro, que es lo suyo.

Lo primero que tengo que decir, es que hacía mucho que no leía algo tan sugerente desde el punto de vista técnico-literario. Soy un clasicote, poco amante de la literatura experimental y la performance postmoderna, así que en principio este tipo de "innovaciones" literarias las ignoro e incluso me dan cierto repelús. También hay que decir que me da más reparo todavía leer mierda impresa ("made in PRISA", que es lo mismo), con esa especie de costumbrismo barato y casposo donde se toma el analfabetismo como innovación literaria... [cf. Manuel García Viñó]. Total que, puestos a elegir, pues prefiero una novela para gafapastas. Y con ese espíritu comencé a leer.
El resultado del libro es curioso: siguiendo las propias explicaciones del autor (incluidas en la novela como parte importante de ella), es una novela sobre él convertido en personaje, escribiendo un libro sobre él y su relación con otro tipo, que también es escritor. El resultado es un texto-rompecabezas, donde la primera, la segunda y la tercera persona se van turnando cada cierto número de páginas, y que en cierta forma hace un retrato histórico y/o social de la América Latina (¿tal vez exclusivamente de Ecuador?) en el siglo XX (digamos desde los años 40 o 50 a los 70).
Hay momentos en los que uno se ve tentado de dejar el libro en la estantería y volver a una literatura convencional, donde la novela cuente una historia, donde no sea necesario prestar una absoluta atención al texto para que los detalles no se pierdan entre los cambios de estilo, los juegos de lenguaje, las referencias implícitas a otros textos... Pero, a pesar de todo este juego literario, metaliterario, político incluso, lo cierto es que la novelita ("texto con personajes más cercano a la escultura que a la pintura", dice el autor) engancha.

Y hay que reconocerle a Adoum el mérito de que, además, escribe francamente bien. Hay que tener en cuenta que su campo literario fundamental ha sido la poesía, y la verdad es que (hasta donde mi experiencia lectora alcanza) no suelen ser combinaciones frecuentes (ni exitosas) las de prosistas vueltos poetas ni tampoco la contraria. De hecho, parte de los recursos de la novela son demasiado cercanos a la poesía contemporánea (juego con la colocación del texto, frases que quedan sin terminar, ausencia de signos de puntuación en determinados fragmentos, invención de palabras...); ahora bien, tiene algo de valiente (y es una valentía a mi juicio exitosa) el tomar esos recursos, que a la poesía no le sientan mal, y hacerlos encajar una novela consiguiendo, sin embargo, que resulte no sólo soportable sino también bella.

En cuanto al contenido, pues la verdad es que no me gustaría destaparlo (y tampoco podría, porque no hay, no en términos convencionales, un argumento), pero desde luego el título da una buena pista: una mezcla constante de teoría y práctica de la literatura, de la política y del romance en la que se difuminan las fronteras entre el decir, el hacer y el sentir; entre el arte, el amor y la acción revolucionaria.

Creo, por último, que la mejor forma de cerrar esta breve reflexión (tal vez no crítica) literaria es dejaros algunos de los fragmentos del libro que me han parecido más brillantes:

"Por eso sacas de la máquina el papel en que habías escrito [...] un poco por divertirte, mientras aun es tiempo, imaginando el gozo de los leídos de tu paisito que podrían ahorrarse, después de esa frase, el resto del libro y decir cuando se ofrezca, en caso de que llegara a ofrecerse: Sí, pero tiene influencia de Joyce, tal como se ahorraron el resto de Joyce, y porque cuando se hallan frente a un relato respetuoso del orden cronológico o lógico o gramatical, o sea respetuoso del orden a secas, jamás se les ocurre decir: Influencia de Zola o de Gorki -que no lo fueron en su época-..." [p. 9]

"Nos odiaban por nuestra hambre y nuestros pantalones, nosotros los odiábamos por sus golosinas y sus zapatos, tan nuevos que siempre sacaban ellos las mejores calificaciones. El viejo Marx sabía que terminaríamos dándonos de puñetes, el indio Jacinto trataba de impedirlo" [p. 73]

"Y aunque ésta [la revolución] sólo la han hecho y pueden hacerla los pueblos, siempre ha estado impulsada por una ideología, dirigida por intelectuales que, en una sociedad estratificada, no pueden provenir sino de una clase que dispone de los privilegios necesarios para permitirse formar profetas que, por una jugada de la dialéctica, anuncian gozosos la destrucción de su propia clase. Y porque (Jesús, Marat) Marx, Engels, Lenin, Mao, Ho Chi Min, Fidel, el Che, venían de una clase más alta, con mala fe o estupidez se ha querido advertir cierta actitud de condescendendencia paternalista en el hecho de haberse puesto junto a (los esclavos del imperio romano, las muchedumbres de París) los proletarios del mundo uníos y los campesinos de Américafricasia. 'Si la dialéctica materialista pudiera haber sido concebida en nuestra sociedad por un peón o un leñador, un fresador o un tornero, decía Gálvez, no habría necesidad de hablar de la revolución: para eso ya tendría que estar hecha. [...] Sé que, atrapados en esta torpe telaraña de las relaciones económicas, es preciso que cien indios mueran de hambre para que yo lea un libro, pero igualmente mueren sin que tú leas' " [160-161].

"Se acabó la novela como remedio para el aburrimiento o para pasar el tiempo: el escritor no es un payaso ni una niñera, no se despelleja ni arriesga la cornada sólo para hacer dormir a los demás. Y tienes que continuar, como un torero, hasta que uno de los dos caiga muerto -tú o este capítulo- esa escena del domingo 'a las cinco de la tarde', [...] pero sin olvidad que tanto el contenido como la forma de una novela 'tienen por límite la noción misma del arte'. ¿Podrás?" [180-181].

Y hay más, pero no quiero destrozaros la novela... Texto con personajes, probablemente novela para pedantes, pero la verdad es que ha sido una lectura muy agradable. La recomiendo (y agradezco a Rodrigo -que no sé si lee esto o está demasiado ocupado en París-, no ya sólo el regalo, sino también la recomendación).

1 comentario:

Juan Andres Calle dijo...

Pedantes? Esa afirmación es una absoluta y completa mentira que rebasa el límite de la imaginación de un social demócrata que no prioriza su desenvolvimiento en la sociedad contemporánea, al no ser honesto consigo mismo!