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14/8/09

Turquía (2009) *10*

Buenas noches, una vez más, desde los alrededores de Taksim. Acabo de volver a casa después de mantener una agradable conversación con Erdem, un amigo de Olga y de Mehmet (historiador) con el que me pusieron en contacto.
Ya que mi práctica del turco no pasa más allá de las puntuales visitas a las tiendas del barrio, por lo menos intento aprovechar estos días para aprender algo sobre este país, así que me siento como una especie de marciano que finge mantener inocentes conversaciones acerca de diversos temas pero que en realidad analiza al milímetro cada argumento intentando entender cómo funciona la cabeza de esta gente. La verdad es que es un asunto extraño, pero estoy aprendiendo muchísimo...
Por ese motivo, y también para reposar un poco mi lectura de Kant (que no es nada liviana), estoy leyendo los dos libros que Mehmet me dio sobre la cuestión armenia. Leo con una mezcla de escepticismo, sorpresa y ardiente interés, porque dejando aparte la engorrosa cuestión de si hubo o no un genocidio, lo cierto es que estoy descubriendo cosas sorprendentes acerca de la historia del fin del Imperio Otomano, del inicio de la actual República de Turquía, y también sobre la Unión Soviética. Es impresionante leer, como estoy haciendo, un texto hipotéticamente historiográfico pero básicamente propagandístico y proturco escrito por un armenio soviético en 1936.
Cualquiera diría que estoy disfrutando de unas extrañas vacaciones en Istanbul, pero lo cierto es que aún necesito reponerme de los 10 días destructivos del tour (y además tengo presente que la semana que viene me espera una nueva traca en Kayseri). Y, ya que sale el tema, os cuento que hoy, hablando con Erdem, he descubierto que el Ramadam empieza a finales de la semana que viene; teniendo en cuenta que Mehmet es un chico bastante religioso (y no dudo de que su familia también), me parece que voy a tener la fascinante posibilidad (y el honor) de compartir con ellos un par de días de Ramadam (y, lo que es mejor, los banquetes nocturnos). Ya os contaré, ya...

Finalmente, y para alargar un poco más el texto, de nuevo hoy presento un ex cursus; esta vez, mi barrio.
Se puede decir que vivo en el barrio de Taksim; teniendo en cuenta que Istanbul es una urbe gigantesca, se puede decir que vivo en el centro, pero es que ese territorio al que podemos llamar centro de la ciudad es enorme y además tiene un estrecho navegable que lo parte en dos. Así que os podéis imaginar que en el fondo vivo a tomar por el saco de absolutamente todo y que eso pasa en absolutamente cualquier sitio.
El caso es que la plaza de Taksim es algo así como un punto importante porque de allí parten (o por allí pasan) los autobuses interurbanos, hay metro, tranvía y Istiklal. De esta calle ya os hablé hace unos días porque es realmente un sitio representativo; es una larguísima calle rodeada de tiendas y, si uno se desvía a la derecha o a la izquierda (sabiendo bien por donde va, que si no puede girar donde no debe y llevarse una mala sorpresa), se encuentran bares y bares y bares atestados de gente.
Pues bien, si uno sube desde Istiklal hacia Taksim y cruza la plaza hasta el lado más o menos diametralmente opuesto (dejando a la derecha un lujosísimo hotel llamado Mármara), encuentra una avenida en la que hay bancos y hoteles. Y, digamos que a unos 300 metros, se gira a la izquierda y se encuentra una calle estrecha, mal asfaltada, que baja con bastante inclinación, y bajando bastante, descendiendo del Istanbul turístico de los comercios y los hoteles al Istanbul real donde vive la gente, se encuentra mi casa.
La acera es estrecha (muy estrecha) y pertenece a los gatos callejeros. Siempre hay cinco o seis rondando la puerta del edificio porque alguien les deja comida muy cerca. Puede que respeten a los estambuleños, pero saben de sobra que yo soy extranjero y no les importa que mi lugar de tránsito natural sea la acera; ésta, ya lo he dicho, es suya. Ellos lo saben de sobra, yo lo sé, y ellos saben que lo sé, así que no se molestan ni en decírmelo; simplemente me miran con una mezcla de inseguridad y desafío pero sin moverse un milímetro.
Gatos aparte, la gente vive allí como en un pueblo. Los zapatos se quedan fuera de las casas, en el rellano. Por la noche un grupo de señoras y algunos niños disfrutan del aire fresco en la calle con unas sillas de plástico. Los tenderos del barrio, en su mayoría algo mayores, matan las horas juando al ajedrez y al blackgammon...
En semejante ambiente, es normal que me miren raro, pero creo que se me está poniendo cara de turco (o algo así) porque cada vez es menos frecuente que me hablen en inglés o que se extrañen al oírme hablar en turco. Como no confío demasiado en mis habilidades camaleónicas, creo que es porque ya conozco la zona y no tengo cara de palurdo despistado; ya veremos qué pasa cuando coja de nuevo el tranvía o cuando aparezca en Kayseri un despistado de la gran ciudad (y de otro país, por cierto).

Nada más por hoy, creo, salvo añadir que creo que mi salud está recuperada. Hasta mañana.

1 comentario:

Aiguasalada dijo...

Te sigo desde hace unos dias, no se si semanas, que pierdo la nocion del tiempo. No tengo mucho tiempo para escribir, ya que tambien estoy de viaje. Muy interesante. Me gusta leerte.