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20/10/10

Erasmus en Estambul (31)

Son las 22:30 de la noche y, como es lógico y normal, no hay novedades (no muchas) dignas del nombre. Ahora bien, como mañana a estas horas estaré en Izmir, me parece respetable escribir una vez más antes del nuevo parón (no sé si tendré tiempo para escribir en los próximos días estando allí, aunque prometo que habrá fotos y algo de diario para la vuelta).

El único acontecimiento interesante de estos días ocurrió ayer, cuando volvía en el autobús a casa desde la Universidad. Estaba hablando con Émilie (en castellano) en el autobús y, al terminar de hablar y guardar el teléfono, el chico que estaba sentado a mi lado (unos minutos más tarde me daría cuenta de que es ciego) me habla: "¿Eres español?" (así, preguntado literalmente, con muy poco acento), "Sí, de Madrid", "¿Y estudas en Bogaziçi?", "Sí", "¿Eres Erasmus?", "Sí, hasta junio", "Ah... Yo estudié Historia en Bogaziçi, ahora hago un máster en Cienca política en otra universidad", "Hablas muy bien castellano", "Sí, lo estudié en la Universidad"...
Total, que seguimos hablando, también acordamos buscar algún momento para hacer práctica de conversación (aunque no le hace mucha falta) y, en un momento dado, me dice que hace unos años conoció en la Facultad a una chica española Erasmus de Madrid que se llamaba Cristina. Imaginad la sorpresa de ambos al descubrir que los dos conocemos a esa Cristina, que ha sido compañera mía en todos los seminarios que sigo desde que estoy en la Universidad y que ahora escribe conmigo ese libro que tenemos en danza ella, otros y yo. Que incluso una ciudad como Estambul, con sus once millones de habitantes, sea un pañuelo, es algo impresionante...

Otras dos cosas, que no son acontecimientos exactamente, merecen ser contadas por lo que tienen de divertidas y, concretamente una de ellas, de retrato sociológico... Ambas me las contó, puesto que es protagonista, Feyza, la chica turca ninja que se coló en mi Facebook el fin de semana pasado (me las contó el domingo):

·La primera tiene que ver con sus clases de español. La profesora les puso como ejercicio de evaluación final grabar un corto en el que aparecieran empleadas todas las construcciones gramaticales que supuestamente debían conocer al terminar el curso. Lo primero que hicieron ella y sus dos compañeros de grupo fue elegir el título: "¡No me digas!". Luego, pensaron en el guión (si la creemos, y podemos creerla, éste es casi al completo idea suya): la idea es que se encuentran en Estambul el Che Guevara, Buda y Penélope Cruz. Los tres son jóvenes (aún no se han convertido en aquello que les hará pasar "a la historia" -¿también a Pe?-) y coinciden en Estambul buscando piso.
El Che es un estudiante Erasmus. Nótese que, para Feyza, todo Erasmus que se precie (yo soy una excepción) tiene una permanente expresión de "unaware happiness" (felicidad despreocupada), de manera que ella siempre tiene la sensación de que debe avisarnos de ese riesgo que no consideramos, incluso cuando ni ella misma sabe exactamente de qué riesgo se trata, pero alguno debe haber. Total, que tenemos al Ché, con su cara de unaware happiness, de Erasmus en Estambul y buscando piso.
Buda (que en el corto resulta ser una chica que en la vida real es budista), ha llegado a Turquía durante su viaje espiritual una vez que ha abandonado su casa y antes de ser "iluminado". Está "búscandose a sí mismo" y ha decidido pasar en Estambul una temporada.
Y Pe... pues Feyza (que es quien interpreta a nuestra internacional actriz) no me dijo qué hacía Pe en Estambul... pero parece que todavía no tiene muy claro si quiere ser o no actriz ni hasta qué punto quiere llevar su vocación.
Y los tres comparten piso. Y esa experiencia marca sus vidas y les hace convertirse en quienes son: el Che discute con el casero, que quiere subirles el alquiler, y tras esa discusión toma conciencia de los efectos perniciosos del capitalismo; Buda, harto(a) de que Penélope Cruz, que se ha enamorado de él(la), le(a) acose sexualmente, decide que sólo alcanzará la felicidad plena si se retira totalmente del mundo y se dedica a perfeccionar su alma; Pe, finalmente, profundamente herida tras el rechazo de Buda, decide vengarse de él convirtiéndose en una actriz famosa y deseada por todos los hombres, de manera que entonces Buda no podrá resistirse, pero ya será tarde para él.

·La otra historia está bastante más cerca de la realidad y no implica la combinación anacrónica de personajes. Feyza, aunque tiene a toda su familia en la región del Mar Negro (cerca de Trabzon), ha nacido y crecido en Estambul. Supongo que por ser la escuela que más cerca estaba de su casa, o tal vez por la calidad de la educación, pero desde luego no por motivos religiosos (no al menos los de ella), estudió sus años de instituto en un colegio/instituto privado turco de Estambul que desarrolla una práctica claramente ilegal: separación de géneros y posibilidad de llevar el pañuelo en clase. Los únicos hombres que entraban en el edificio de la niñas eran los conductores de los autobuses, que tenían que estar obligatoriamente casados y que no podían ir más allá del hall. En resumen: puro ejemplo Saudí en Turquía, aunque parezca increíble.
Totás, que todo esto puede estar muy bien (o sea, si los papás y las mamás quieren llevar a sus niños y niñas a un sitio como este en contra de lo dispuesto por el fundador de la patria, pues allá ellos), pero hay un problemita: existía (Feyza no sabe decirme si sigue existiendo, porque el AKP andaba intentando reformar estas cosas) una clase obligatoria en la secundaria llamada "Seguridad nacional" impartida por un militar. En semejante clase, delicia absoluta (lo podéis imaginar) de los adolescentes turcos, los niños aprenden cosas tan maravillosas como la organización jerárquica del ejército turco o la política nacional de seguridad interior y exterior. Vamos, que lo normal es que al milico no le haga nadie ni puto caso.
PERO, claro, ¿qué pasa cuando un milico entra en un instituto que desarrolla este tipo de prácticas ilegales? Una inspección formal del instituto (o sea, de sus documentos) no podría mostrar nada raro, puesto que formalmente en todas las clases de niñas había al menos inscritos (formalmente) dos o tres niños, y viceversa. Pero ¿qué pasa cuando el militar llega al instituto?¿No resulta muy evidente que no hay niños en ningún sitio?
El asunto era todavía más complicado, ya que las niñas, en clase, no siempre llevaban el pañuelo porque estaban siempre entre mujeres, de manera que si, el militar se paseaba por el pasillo equivocado en el momento equivocado, el conflicto podía ser doble: por un lado, el militar descubriría que en el centro sólo hay niñas; por otro, las niñas montarían en cólera al tener ante sí a un hombre que las ve con la cabeza descubierta.
El problema era solucionado a través de una divertida estrategia de organización espacial: la primera planta del edificio estaba en completo desuso; solamente era empleada para las clases con los militares. El resto de lecciones se impartían en las clases superiores. Era una misión fundamental de las niñas que los militares no subieran más allá de la primera planta bajo ningún concepto. ¿La forma de hacerlo? Prestar toda la atención del mundo al señor milico y a sus interesantísimas explicaciones.
Ahora bien: ¿qué hacían las niñas cuando se veían delante del milico? No podían llevar el pañuelo, claro; y tampoco podían mostrarle el pelo... Solución: ¡peluca al canto! Imaginad que sois militares turcos, que llegáis a un colegio en el que, increíblemente, sólo hay niñas (dice Feyza que los militares "tenían suficiente" con ver a alguna niña que parecía más bien un niño, y que en el instituto eran frecuentes), cada una vestida como quiere, pero TODAS con el mismo pelo. Mismo corte, mismo color, mismo volumen... Eso cuando no te sale una bien morena con una peluca rubia platino ("Para parecerse a Beyoncé", dicho literalmente) u otra de ojos verdes con una peluca roja fuego.
Es, a todas luces, un claro ejemplo de cómo hacer la vista gorda (tal vez los militares, tal vez las autoridades locales encargadas, bien amarradas por el AKP). Más allá de lo grave del asunto, en cualquier caso, la situación me parece extremadamente divertida.

Y complemento esta entrada con un brevísimo comentario (no merece más) acerca del cambio de gobierno: mucho cambiar de cartera, de ministro, de chaqueta, gabardina, de chándal... pero nunca de gayumbos (increíble -ver enlace- el origen del palabro...):



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