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21/8/09

Turquía (2009) *12+1*

¿Será porque correspondía a mi viaje la entrada número 13 o no tendrá nada que ver con la mala suerte? Independientemente de eso, el resultado es el mismo: he vuelto de Kayseri a Istanbul antes de lo previsto (he llegado a casa hace una media hora), y, por ser positivo, aceptemos que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Vayamos a los hechos...

Primer día

Son las cuatro y diez de la tarde y hace tiempo que me desperté de mi siesta. Creo, después de lo que he visto, que sabía de Mehmet menos de lo que pensaba; no vive en Kayseri actualmente, sino en un pequeño pueblo algo alejado, “muy conservador”, y donde apenas hay nada excepto la Turquía profunda donde ya no sólo resulta abusivo dar dos besos a una mujer cuando la conoces sino que no es siquiera recomendable estrechar su mano...

Vayamos brevemente con el viaje. Yo esperaba una estación de autobuses, pero sólo encontré una especie de finca-garaje perteneciente a la agencia de viajes donde sólo era posible ver un ballet constante de autobuses que entraban y salían y por poco no se estrellaban los unos contra los otros. El autobús llega tarde y sale con retraso, así que tengo tiempo de sobra para entender como funciona, encontrarlo divertido, saturarme y quererme suicidar.
Una cosa que no esperaba hasta que me lo dijeron: los autobuses turcos son buenos. Modernos, no se caen a cachos, y me atrevo a decir que, puesto que son del modelo patentado, están hechos en el País Vasco. Además, y esto no me lo habían dicho, los turcos han entendido que aquí el autobús se utiliza como alternativa barata (y más lenta) al avión, así que se cuenta con un azafato que durante el viaje sirve bebidas y algún aperitivo por cuenta de la casa.
Una cosa que de ninguna forma me esperaba: el trayecto Istanbul – Ankara se hace perfectamente siguiendo una modernísima autopista de 3 carriles por sentido, y es sólo pasada Ankara (y por un trecho más o menos largo) cuando empieza a ser necesario emplear alguna carretera secundaria (y la verdad es que en buen estado).
Como era de esperar, hoy he dormido entre poco y nada. A mi lado se ha sentado el único turco que para quedarse dormido se mueve constantemente. Izquierda, derecha, adelante, detrás... y hace la yenka en el asiento; nos ha dado el viaje al pobre chico de delante, a mí, y a los dos de atrás. La ventaja de haber dormido poco es que he podido disfrutar del paisaje (curiosamente parecido en la Anatolia central al castellano-manchego) desde el amanecer (05:30 aprox.) hasta que hemos llegado a Kayseri (10:00 aprox.); como podéis calcular, ha sido un viaje laaaaaaaargo de verdad, mucho más de lo que cabía esperar.

Y con esto a mis espaldas llego a Kayseri. Mehmet y su padre me recogen y, en coche (casi una hora más de trayecto), llegamos al pueblecito donde viven. Aunque es cierto que son una familia humilde, lo cierto es que tienen una casa enorme y preciosa con dos plantas (aunque la baja de momento no sé para que la usan) y varias habitaciones. Mehmet tiene tres hermanos (dos chicos y una chica); el mayor de ellos, por lo que he entendido (en turco, por cierto) no vive en la casa, de forma que comparto techo con un hermano de Mehmet algo mayor que él (y que se le parece mucho), su hermana pequeña (una chiquita encantadora de doce años) y sus padres. Nada más llegar hemos comido algo (con una sesión intensiva de tradicionalismo: comer sentados en el suelo, olvida la mano izquierda...) y, tras una conversación de sobremesa sobre El Laberinto del Fauno, el arte contemporáneo y Nietzsche, ha aparecido una sorprendente mímesis turca de la siesta española que me ha sentado cojonudamente (debo tener ahora mismo 4 horas de sueño; no más).

***

Tras la siesta, vamos rotando de lugar en la casa (el comedor, la sala de estar, la terraza...) en cada sitio sirven comida y bebida y las conversaciones se basan fundamentalmente en las preguntas que me hacen el padre de Mehmet y su hermano mayor. Ninguna de ellas es fácil de responder, y además en la medida de lo posible intento ahorrarle a Mehmet la labor de traducción balbuceando en turco mis respuestas.
Lo primero que tengo que explicar es que, para no desentonar más de lo normal, y aunque mi posición oficial es la de agnóstico, aquí me finjo cristiano. Si ya resultó difícil improvisar sobre la marcha una lectura cristiana de Nietzsche para justificar por qué se me iluminó la cara cuando el hermano de Mehmet lo mencionó (“Dios ha muerto” como frase metafórica/Nietzsche considera aceptable lo que da la vida y, por tanto, como Dios nos da la vida, Nietzsche no necesariamente rechaza a Dios... o.O), imaginad tener que explicar desde mi posición por qué Dios es uno y trino (porque sí), qué sucede con Darwin y la evolución (mientras haya ciencia, confiemos en la ciencia; lo inaccesible a ella es lo referente a Dios; hay, pues, un inicio de creación, pero después es todo cosa de la naturaleza y hay evolución), qué espero encontrar más allá de la muerte (con pequeñas diferencias, lo mismo que vosotros) o cuál es el último propósito de mi vida (el conocimiento, pues a través del conocimiento se descubre cuál es el camino de la virtud y, por tanto, se llega a Dios)...
Después de estas conversaciones (siempre con comida y bebida de por medio), hemos ido a dar un largo paseo por los alrededores del pueblo (que sinceramente son preciosos, aunque me temo que no he sacado fotografías porque hubiera sido incluso vergonzoso para Mehmet que me vieran sus vecinos haciendo de turista). Entre otras cosas hemos visitado la mezquita que está junto a la casa de Mehmet, construida antes de la ocupación otomana y custodiada por su padre (de esto se deduce, pues, que las conversaciones son tan teológicas porque casi me encuentro entre hombres santos).

A la vuelta, la cena y una nueva larga conversación de sobremesa que otra vez me ha puesto en más de un apuro.
En primer lugar, como por la tarde hemos concluido (cristiano y musulmanes) que las diferencias entre nuestras religiones son nimias y que el Islam posee en cualquier caso una forma más perfecta, tras la cena el padre me ha invitado a acompañarlos en su oración; imaginadme con las manos juntas, cóncavas como para beber agua, con los ojos cerrados, mientras el hermano mayor dice algo en árabe que me resulta totalmente incomprensible, e imaginadme inmediatamente después santiguándome (diciendo para mis adentros la regla mnemotécnica que he heredado gracias al cachondeo de mi abuelo “pensar con ésta, para llenar ésta, sin mover ni ésta ni ésta, y tragar por ésta”). ¿A que vuelvo converso?
En segundo lugar, la pregunta de Mehmet lanzada como un dardo: ¿piensas casarte?¡Toooma! La respuesta tiene que ser rápida y no dejar lugar a dudas o confusiones; aderezada con unas pocas mentiras piadosas, es la siguiente: “Por el momento no tengo pareja, así que no me lo he planteado. En cualquier caso en España la gente se casa muy tarde, digamos que la media puede estar en los 35 años”.

Creo que con esto quedan relatados todos los acontecimientos importantes de hoy. Tan sólo señalar (y es la explicación a por qué esto aparece en la red antes de lo previsto) que han surgido algunos asuntos que obligan a Mehmet a volver a Ankara pasado mañana, así que el miércoles por la noche cogeré un autobús de vuelta a Istanbul y el jueves por la mañana podréis leer esto y lo que sigue.

Únicamente una cosa más antes de despedirme: ¿se le ocurre a alguien cómo carajo habría salido bien parado de las conversaciones de esta tarde sin mi lectura veraniega sobre Kant? Buenas noches desde la otra punta del mundo y de mí mismo.

Segundo día

Buenas noches desde la Turquía profunda. Son las nueve y veinte de la noche y hace un rato que hemos terminado de cenar. En la televisión, hasta hace un momento, Jungla de cristal 4 (en turco, claro). Mehmet, su hermano y su padre, en la mezquita haciendo algo importante durante la próxima hora. La hermana pequeña controla el mando y detiene su zappeo en un programa de humor grabado en un teatro y reproducido en la televisión.
Mi última noche en este lugar, me temo, ya que mañana por la noche volveré a la ruidosa, inmensa y pobladísima Istanbul. Mientras tanto, disfruto de lo que me queda aquí.

Vayamos con lo que hemos hecho hoy... Por la mañana hemos ido a turistear por Capadocia. No muy lejos de Kayseri (aproximadamente a una hora de coche) hay varios “parques naturales” donde uno puede perderse entre las gigantescas chimeneas de hadas o en las cuevas laberínticas. Por desgracia, los dos que hemos visitado requerían pagar una entrada y, teniendo en cuenta que Mehmet y su familia ya están haciendo suficiente gasto extra, hemos preferido perdernos por los alrededores, ya que hay varios recorridos preparados para los posibles senderistas. También hemos entrado en un par de cuevecitas, que en algún momento de la historia de este mundo fueron casas, tiendas e iglesias de los habitantes cristianos de la zona; actualmente pocas siguen en uso, y siempre como almacenes de comida.

Después, pasado el mediodía, Mehmet y yo nos hemos quedado en el centro de Kayseri para hacer algunas compras. Él ha insistido en comprar algunos regalos para mi familia y yo he aprovechado para hacer lo propio y comprar algunos más; el de Mehmet finalmente lo compraré en Istanbul y se lo mandaré por correo. Tras todas estas cosas, que nos han ocupado el día completo, y habiendo picoteado algo durante el día pero nada serio, hemos vuelto a la casa y hemos cenado, como siempre, mucho y variado. Es curioso, porque Mehmet por algún motivo pensaba que a mí no me iban a gustar las comidas (tipiquísimamente turcas) que su madre prepara, pero lo cierto es que todo estaba delicioso, así que mis anfitriones están encantados con mi buen comer y Mehmet sorprendido de que un extranjero que viene de la otra punta del Mediterráneo disfrute con su comida.

Cuando vuelvan de la mezquita, supongo que hablaremos un rato y luego me iré a dormir, porque lo cierto es que estoy un poco cansado...

Mañana no creo que me dé tiempo a escribir, así que completaré la información sobre el tercer día pasado mañana, cuando llegue de nuevo al piso.

Tercer día
[redactado hoy]

Por la mañana, visitamos el museo arqueológico de Kayseri y el mausoleo del maestro de Mevlana. Luego tomamos un helado frente al Erciyes. Tras coger dos o tres autobuses para poder volver a la casa de Mehmet, comemos algo y pasamos la tarde en la casa jugando al ajedrez o a las cartas con su hermana.
Luego cogemos un autobús al centro de la ciudad para tomar allí otro (el de la agencia de viajes) para ir a la estación de autobuses. Allí espero una hora hasta que sale el autobús, y este viaje resulta completamente opuesto al otro: en vez de adultos secorros hay un huevo de niños, algunos de ellos muy sorprendidos de que yo sea español (y aún más de que pueda decir algo en su idioma). A mi lado y en los asientos del lado opuesto se sienta una familia al completo (padre, madre y dos críos), y parece que deciden adoptarme; compran dos cajas enormes de dulces turcos y las comparten conmigo. No sé muy bien por qué pero, una vez que termina el viaje, en la última parada del autobús, todo el mundo se despide de mí amigablemente. Si a esto le sumamos que he podido dormir (y eso a pesar del llanto insistente de una niña pequeña), el resultado es que ha sido un viaje igual de largo y cansado pero muchíiiisimo más agradable.
Desde la estación de autobuses he llegado al centro con un autobús de la agencia de viajes. Y allí, como he aparecido cerca del hotel donde se alojan Edu y su familia (un amigo que ha venido de turista), le he llamado y hemos compartido un viaje en tranvía. Esta noche posiblemente los veré en Istiklal para tomarnos unas cervecitas (e incluso algún raki).

Ahora una ducha y descanso, que es lo que me pide el cuerpo. Aunque también os dejo nuevas fotos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las últimas fotos que has colgado, que estás con mehmed , están muy bonitas y originales.Son muy refrescantes.
En lo que dices que está todo superpoblado es más que evidente, por las imágenes, dan un poco de agobio.