El último patriota, by SS

En esta ocasión el blanco de mi destripamiento y crítica es de nuevo Steven Seagal (record hasta el momento con tres películas; le siguen con una crítica por cabeza todos los demás) con El último patriota. He de decir que, con todo, no me parece una mala película y que quizás por eso la crítica no quede demasiado mordaz y agresiva; en cualquier caso, tiene tres o cuatro “momentos Seagal” que dejarán pasmado.

En cuanto al argumento, Steven Seagal es médico guay de un pueblucho perdido en EE.UU.; en un momento determinado, el malo, que es líder de un grupo paramilitar patriótico, se inyecta un virus en vena (arma química que roba al gobierno) para montarla gorda. Seagal, que (una vez más) tiene un pasado turbio colaborando con la CIA, en seguida se convierte en el único inmunólogo capaz de dar con una cura porque la que tienen los malos y el gobierno no funciona. Finalmente se descubre que unas flores que utiliza su suegro (un nativo indio) para aliñar el té contienen los anticuerpos necesarios y se salva todo el mundo.

Momentos Seagal:

-Clase de historia entre los paramilitares vestidos la mayoría como Rambo; uno rubio y con pinta de pijo responde a todas las preguntas de la forma correcta (imaginen a Silvestre Stalone en el papel del muchacho).

-La hija de Seagal mete la pata con algo, entonces Seagal dice: “Cuando fallas, es lo que has heredado de tu madre; cuando aciertas, es lo que has heredado de mí” (la madre está muerta).

-Seagal discute con su colega del gobierno porque éste no destruyó las armas químicas que crearon (entre ellas el virus), entonces le dice: “Tal vez sean los rusos, los chinos o nosotros mismos, pero alguien robará y utilizará esa mierda”.

-El pueblo, declarado en cuarentena sin que nadie tenga ni idea de lo que ha pasado, es ocupado por militares con máscaras de gas y armados; mientras avanzan en camiones y bajan de helicópteros en plan SWAT, dicen “Que no cunda el pánico” (he aquí la lógica estadounidense).

-Un compañero del malo va a verle a la cárcel; cuando se lo encuentra encerrado y con el traje naranja puesto, le dice: “Pareces un cono de autopista” (¡jua, jua!, ¿lo pensó toda la mañana o fue algo espontáneo?).

-Cuando los malos descubren que la hija de Seagal no enferma (consecuencia del té del abuelo), intentan llevársela; Seagal entra en la habitación donde la tiene uno de los paramilitares, le pega la del pulpo al tipo y, envolviendo a la niña en una manta, la coge en brazos y se arroja contra un ventanal para salir a la calle (se ve que en esta ocasión Seagal no tenía que dar muchas hostias y entonces pasa de salir como un machote por la puerta principal).

-Un viejales amigo de Seagal se encarga de dar caña a los malos que les persiguen, y es que en la casa de Seagal hay dinamita y dos rifles; el viejales se pone a bailar una vez que cree que los ha matado a todos y, uno que sigue vivo, se lo carga (vaya forma más idiota de liquidar al personaje, señor guionista).

-Seagal y una chica india que guarda con él un parentesco desconocido van a un búnker secreto que Seagal conoce para usar su laboratorio y buscar la cura; necesita pegarse con cinco militares armados con rifles de asalto (sin sufrir ni un rasguño) para convencerles de que les dejen currar allí.

-Aunque parece que Seagal podría curar al malo y dejar que se pudriera en la cárcel, porque sí, cuando el malo (siguiendo su típico rol) le propone una alianza, Seagal rompe la base de la copa de vino que está bebiendo y le clava el saliente al malo en la sien.

-En los últimos momentos de película, los soldados ya han recogido las flores necesarias y, desde los helicópteros, desperdigan los pétalos sobre el pueblo (sinceramente, no consigo verle la utilidad a eso).

Pues eso, no es tan infumable como otras pero tiene sus joyitas; Seagal vestido de médico, Seagal queda.