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15/6/09

Cultura política y Venezuela

No es ningún secreto para los que hemos tenido un trato medio cercano con Juan Carlos Monedero que él mismo comparte el pro-chavismo escéptico que a la mayoría nos caracteriza. Firme defensor del proceso revolucionario en Venezuela, no dejaba por ello de ser crítico en privado (en público sería demoledor en un clima de confrontación como el venezolano, donde rige -es obvio- la máxima de "al enemigo ni agua"), y ahora que dicen las malas lenguas (y confirma este acto) que se va, no ha tenido inconveniente en plantear una crítica directa a lo que ha llamado el "hiperliderazgo del Presidente".
Antes de seguir conviene explicar el que posiblemente es el punto de inflexión en la relación Monedero-Chávez. Juan Carlos Monedero fue asesor político de la reforma constitucional que Chávez puso en marcha en Diciembre de 2007 y que, como se recordará, no coló. Poco después de aquello, Monedero dijo en una conferencia en la Facultad que él mismo, aun siendo asesor en el asunto, lo fue a regañadientes porque su primera observación fue precisamente que aquello no iba a salir bien. Conociendo a Juan Carlos como lo conozco (un cuatrimestre de clase da para mucho), y después de haberle oído contar con cierto triunfalismo que le aconsejó a Habermas hacerse posthabermasiano y que ahora, años después, el señor Jürgen "le había hecho caso, pero mal", no me extrañaría nada que se hubiese mostrado igual de machacón recordando insistentemente que él tuvo razón con el tema de la reforma (que, aunque ha sido salvado el problema principal con la nueva intentona, no deja de ser un duro golpe).
Dicho esto, que nos sitúa en un ambiente de cierto enquistamiento personal, se entiende por qué Chávez dedicó veinte minutazos de su Aló Presidente a responder a "las diferentes críticas", que en realidad no eran más que la de Juan Carlos. Para ser justo, tengo que decir que el extensísimo tiempo que dedica Chávez a semejante cosa (que por otra parte no es una chuminada, sino una crítica que merece respuesta) no sirve en realidad de mucho: su respuesta me parece mala, llena de lagunas y que sugiere algunas cosas francamente relevantes como que el pueblo de Venezuela está, para él, falto de voluntad y de capacidad, y que aquello le obliga a ser especialmente dirigista. Esto es sólo una intuición, porque al mismo tiempo me parece que Chávez es consciente de que cuenta con un activismo político en la población bastante inusual, y que además sabe que uno de los problemas fundamentales de la Revolución Cubana ha sido precisamente esa excesiva presencia del poder político ejecutivo que ha anulado hasta cierto punto la iniciativa popular y la ha vuelto rentista y acomodada en algunos aspectos (lo que alertaba Monedero que podrá suceder en Venezuela).
Critico, por tanto, radicalmente el contenido de la respuesta y apoyo el comentario de Monedero, que me parece ante todo un excelente consejo político que Chávez debería tomar. Una revolución que depende sólo de un hombre se pierde cuando cae ese hombre y se desgasta debido a la falta de discusión; sería interesante, incluso desde la perspectiva dirigista-hereditaria (que creo que no comparte), que Chávez no desoyera el consejo de crear una cámara o al menos de identificar unos cuantos "segundos de abordo" que pudieran sustituirlo llegado el caso. El personalismo es en Venezuela (y en Latinoamérica) una herramienta indispensable, pero puede convertirse en un arma de doble filo. Creo que esto es, en parte, lo que subyace al comentario de Monedero y estoy totalmente de acuerdo.
Ahora bien, ¿qué sucede con la forma? Bien es cierto que, para lo pobre que ha sido su respuesta en lo referente a contenido, más le hubiera valido dedicar los veinte minutos de programa a algo más interesante. ¿Pero por qué dedica Chávez veinte minutos a intentar justificar, legitimar, o explicar por qué mantiene una implicación política tan directa e incluso piensa que es insuficiente? La respuesta a esta pregunta nos lleva a tratar el recurrido tema de la cultura política.
Carlos Fernández Liria, en un larguísimo texto sobre Cuba que recomiendo encarecidamente, plantea que los discursos de Fidel no son (eran) largos porque sí, sino que cumplían un requisito fundamental: a la gente hay que explicarle las cosas. La cultura política aquí, que nos mantiene desvinculados de los espacios de discusión y debate, nos hace no sólo ignorar la posibilidad de pedir explicaciones públicas y rebasar el control parlamentario del ejecutivo (que es un cachondeo cuando se trata de que el corrupto del PP regañe al corrupto del PSOE), sino rogar incluso a los cielos que no se le ocurra a ese imbécil al que hemos dado (o no) nuestro voto explicar ninguna decisión durante más de un minuto en una rueda de prensa. Nos hemos vuelto una población tan acomodada que no sólo nuestros políticos no se justifican con suficiente rigor e insistencia sino que pondríamos el grito en el cielo si pretendieran hacer tal cosa (y prueba de ello es la cara de asco que pone el español medio cuando ve a Hugo Chávez en Aló Presidente).
En Venezuela, en Cuba, es distinto. Una crítica, por una parte tan seria como la que hace Monedero desde un ciclo de conferencias, pero por otra tan insignificante, ya que proviene de un simple profesor universitario español (que abandonará además en breves sus responsabilidades políticas en Venezuela), requiere veinte minutos de explicación para que no suponga un ataque a la legitimidad del gobierno.
Me encantaría, por ejemplo, tener a la imbécil de Bibiana Aído explicando en televisión qué se esconde detrás de esa afirmación de que un feto es un ser vivo pero no un ser humano y que, por ello, el aborto ha de ser libre, gratuito, sin trabas, y considerado como totalmente carente de implicaciones morales (de lo cual se podría deducir que tampoco las hay para matar chimpancés, linces, gatos, o gorriones). Sería muy constructivo desde el punto de vista democrático que la cabeza ¿pensante? del Minigual tuviera que poner a prueba la inteligencia de la población, pero no lo necesita y por tanto no lo hace.

Ahí queda algo para pensar.

1 comentario:

G. dijo...

Creo que tiene usted toda la razón.