31 de Enero. Siete de la tarde. Círculo de Bellas Artes. Llego pronto.
Me estoy meando, busco un servicio. Primera opción: la cafetería. No encuentro servicio, pero sí al protagonista del evento; al muerto, o al no-vivo. Le saludo. Como siempre, es encantador; me firma el libro "con cariño" (suena raro escrito por él). "Te veo arriba".
Subo a la sala donde se va a celebrar el acto. Encuentro el servicio por el camino.
Dentro, periodistas, "Ha venido hasta el Tomate" (salí de refilón en el último programa). Y momias; y muertos. Fascistas, grosso modo. Me falta sólo una presencia, Jiménez Losantos; me sobran casi todas las demas (empezando por Agapito Maestre).
"Oye, guárdame el sitio". La señora no lo pide "por favor", pero no me voy a poner estupendo porque no quiero llamar la atención. Mientras está ausente, entran las pequeñas con su madre; gracias a ellas recuerdo uno de los motivos por los que estoy allí, muerto del asco, rodeado de cadáveres intelectuales (debajo del pelo, les huele a podrido).
Vuelve la señora. Yo hojeo el libro, busco un buen fragmento que utilizar, si me dejan, para sacarle a Esperanza Aguirre los colores y, casi seguro, a mí mismo de la sala. "¿Qué tal está el libro?", me pregunta la señora; "Bien...", respondo, intentando ser lo más neutral posible. Silencio. "¿Qué le ha pasado a nuestro filósofo?; antes en la extrema izquierda y ahora aquí"; me giro sorprendido. ¿Bromea? "No lo sé", respondo, "pero es una pena". "¿Pena?", dice ella, "he llegado a llorar con las cosas que dice últimamente... He venido por morbo, no creas; y menos mal que te he visto, porque ya me imaginaba sola entre esta gente...". "Yo también he venido por morbo...".
Bueno, las cuentas salen mejor de lo que yo esperaba en un principio. Ya no es un vivo frente a un ejército de muertos; somos cuatro vivos. Y sólo dos sabemos que asistimos a un funeral, consecuencia inevitable de la muerte lenta y consentida a la que el no-vivo se ha sometido.
Comienza el acto. Todos babean con las insinuaciones de Tertsch; sus palabras rezuman islamofobia asquerosa a la que no puedo (y menos mal) acostumbrarme.
Aplausos. Cada uno suena como un cuchillo afilado partiendo en dos un hueso de ave. Clap/Clack-Clap/Clack-Clap/Clack... El no-vivo no hace nada. Disfruta sabiendo que es su propia autoridad moral y filosófica la que se descoyunta.
Esperanza Aguirre. "Con un poco de suerte mete la pata. Tiene un talento especial para eso...". No hay suerte. Se ciñe, hábilmente, al discurso y sale ilesa.
Más aplausos. Resulta insufrible. Clap/Clack-Clap/Clack-Clap/Clack...
Habla el no-vivo. Atiendo a sus palabras en busca de una señal que me indique que rechaza las opiniones de los dos presentadores. Nada. No sólo no las rechaza sino que insiste en que "han acertado". Puta mierda. Cada palabra que dice echa un poco más de tierra sobre los restos de lo que fue. Y, finalmente, no queda nada. Era de esperar.
Me despido de él mientras firma ejemplares. Es, como siempre, encantador. Pienso, sin embargo, "requiescat in pace".
Me estoy meando, busco un servicio. Primera opción: la cafetería. No encuentro servicio, pero sí al protagonista del evento; al muerto, o al no-vivo. Le saludo. Como siempre, es encantador; me firma el libro "con cariño" (suena raro escrito por él). "Te veo arriba".
Subo a la sala donde se va a celebrar el acto. Encuentro el servicio por el camino.
Dentro, periodistas, "Ha venido hasta el Tomate" (salí de refilón en el último programa). Y momias; y muertos. Fascistas, grosso modo. Me falta sólo una presencia, Jiménez Losantos; me sobran casi todas las demas (empezando por Agapito Maestre).
"Oye, guárdame el sitio". La señora no lo pide "por favor", pero no me voy a poner estupendo porque no quiero llamar la atención. Mientras está ausente, entran las pequeñas con su madre; gracias a ellas recuerdo uno de los motivos por los que estoy allí, muerto del asco, rodeado de cadáveres intelectuales (debajo del pelo, les huele a podrido).
Vuelve la señora. Yo hojeo el libro, busco un buen fragmento que utilizar, si me dejan, para sacarle a Esperanza Aguirre los colores y, casi seguro, a mí mismo de la sala. "¿Qué tal está el libro?", me pregunta la señora; "Bien...", respondo, intentando ser lo más neutral posible. Silencio. "¿Qué le ha pasado a nuestro filósofo?; antes en la extrema izquierda y ahora aquí"; me giro sorprendido. ¿Bromea? "No lo sé", respondo, "pero es una pena". "¿Pena?", dice ella, "he llegado a llorar con las cosas que dice últimamente... He venido por morbo, no creas; y menos mal que te he visto, porque ya me imaginaba sola entre esta gente...". "Yo también he venido por morbo...".
Bueno, las cuentas salen mejor de lo que yo esperaba en un principio. Ya no es un vivo frente a un ejército de muertos; somos cuatro vivos. Y sólo dos sabemos que asistimos a un funeral, consecuencia inevitable de la muerte lenta y consentida a la que el no-vivo se ha sometido.
Comienza el acto. Todos babean con las insinuaciones de Tertsch; sus palabras rezuman islamofobia asquerosa a la que no puedo (y menos mal) acostumbrarme.
Aplausos. Cada uno suena como un cuchillo afilado partiendo en dos un hueso de ave. Clap/Clack-Clap/Clack-Clap/Clack... El no-vivo no hace nada. Disfruta sabiendo que es su propia autoridad moral y filosófica la que se descoyunta.
Esperanza Aguirre. "Con un poco de suerte mete la pata. Tiene un talento especial para eso...". No hay suerte. Se ciñe, hábilmente, al discurso y sale ilesa.
Más aplausos. Resulta insufrible. Clap/Clack-Clap/Clack-Clap/Clack...
Habla el no-vivo. Atiendo a sus palabras en busca de una señal que me indique que rechaza las opiniones de los dos presentadores. Nada. No sólo no las rechaza sino que insiste en que "han acertado". Puta mierda. Cada palabra que dice echa un poco más de tierra sobre los restos de lo que fue. Y, finalmente, no queda nada. Era de esperar.
Me despido de él mientras firma ejemplares. Es, como siempre, encantador. Pienso, sin embargo, "requiescat in pace".
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