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5/2/07

El atractivo de dar hostias al hijo del jefe

Pues eso, uno trabaja en una empresa y tiene como compañero/superior al hijo del jefe; es un cabestro, un garrulo, una ameba en coma estaría mejor capacitada para hacer su trabajo, peeeeeero ahí esta él y tú a su lado luchando contra ti mismo para no estrellar su cabeza contra la mesa.
Sin duda el artículo podría ir por ahí, pero no; me refiero al otro hijo del otro jefe; EL HIJO y EL JEFE, y podríamos mentar a LA PALOMA. Pues si hablamos, como ya se habrá deducido, de Txus, y en el título se habla de "hostias", en plural, está claro que vamos a hablar de La Pasión de Cristo, by Mel Gibson.
La pregunta es: ¿qué se le pasa a este señor por la cabeza cada vez que dirige algo? Todos recordamos, por mencionar algo de su trabajo como actor, la mítica escena de una de las partes de Arma Letal en la que se pica con la chati de turno para ver quién tiene más cicatrices de heridas de bala, tras la cual acaban liados. Ha dirigido El Hombre sin Rostro, Braveheart, La Pasión de Cristo y Apocalypto (esta última de título terriblemente casposo pero muy atractiva a mi juicio); de ellas, Braveheart es la otra que ha cosechado más fama (aunque queda un poco terrible que Gibson haga de William Wallace y que hable de "libertad", "rebelión", "lucha" y demás) y ya apuntaba a la violencia, la sangre, y la superproducción. Con La Pasión de Cristo se reafirmó en esos tres aspectos, a los que sumó su particular visión del episodio bíblico.
La historia es harto conocida: Jesús las pasa canutas y muere en la cruz. Pero el planteamiento es novedoso, ya que hay dos horas de película y, por mucho que se dilate la narración de Pilatos para arriba y Herodes para abajo, tiene que haber (y hay) mucho latigazo. He de decir que la película la vi en el cine, en plena Semana Santa, en Sevilla, y con mi abuela; como se puede comprobar, las circunstancias eran idóneas (al entrar en la sala nos dieron propaganda de la Iglesia Evangélica y todo).
El efecto que tuvo la película era el que se podía esperar, y es precisamente el efecto el que preocupa. Por un lado, hubo gente que no soportó ver una narración tan explícita y exagerada de los hechos (mi propia abuela dijo que era DEMASIADO aunque aguante perfectamente la imaginería cruenta de la Semana Santa sevillana), de hecho se contó con la presencia del espectador que va al cine a ver las películas impactantes para desmayarse (cosa que ocurrió también con la alemana El Caníbal de Rottenburgo); por otro, están todos aquellos que la vieron magnífica, o al menos interesante desde el punto de vista cinéfilo (incluyéndose la Iglesia, la crítica, y yo mismo), y esto es lo que preocupa. Antes he preguntado qué se le pasa por la cabeza a Gibson, pero lo realmente importante es qué pasa por la de los demás para llegar al punto de conseguir la película y verla de nuevo (como hice la semana pasada); en un principio sólo parece una muestra más de la vanalización de toda violencia y de lo retorcido de la mente humana que la usa como entretenimiento, pero no hay que olvidar que el personaje que está en la pantalla es Jesucristo, que se trata de uno de los episodios fundamentales de La Biblia, y que el propio Papa, por aquél entonces Juan Pablo II, comunicó su agrado al verla (aunque por aquel entonces ya debía hablar el Opus más que él).
Esperaré con ansia el día en que alguien se decida a hacer una película con lo que pudo ser la vida real de Jesús; que es cierto que hay muchos análisis distintos, pero yo me quedaría con el que hace Marvin Harris en Vacas, cerdos, guerras y brujas (lectura harto recomendable, y muy especialmente los capítulos dedicados a Jesucristo junto con los de la caza de brujas).



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